Con esta premisa, nuestros alumnos han elegido 3 o 4 palabras de la tienda para crear una historia. Y esto es lo que ha quedado.
De cómo me convertí en guerrero
Habían pasado dos semanas después
de que ocupasen nuestro pacífico pueblo. El invierno se acercaba y las nieves
habían cubierto la plaza. La hecatombe había dejado innumerables cadáveres que
yacían debajo del manto blanco. Los viejos guerreros de la ciudad habían
organizado una resistencia ofreciéndome un puesto. Yo había bajado al sótano de
mi casa, que era más bien un refugio después del incendio causado por los
bárbaros del sur. Encontré cachivaches que en su tiempo fueron alhajas que
habrían valido un potosí. Cogí una cota de malla, un yelmo de oro y plata chamuscados.
Vi que algo relucía en la esquina. Me acerqué y vi que era una espada de acero
con empuñadura de oro que había sobrevivido al incendio. A su lado, yacía una
caja llena de monedas de oro, también intactas. Enseguida fui a la casa en
ruinas del jefe de la resistencia y le conté el hallazgo. Me dijo que la
batalla por la ciudad había empezado. Me hizo dirigir la vista a una dirección
y vi ardiendo el edificio principal donde se habían asentado los sureños. En
efecto, la batalla había empezado.
Juan Diego-Pérez (2º
ESO)
¡Al ladrón!

Stanislav Yaruchyk (1º
ESO)
Un zoquete
Me llamo Raúl y tengo 17 años. Un
buen día estaba en el cole y me llamaron zoquete. Lo busqué en el diccionario y
ponía: persona fea y de mala traza, especialmente si es rechoncha. Me quedé
pasmado pues me creía en buena forma, así que para mostrarles que no era zoquete decidí comerme dos empanadas seguidas.
Tras una dura sesión matinal, pensé que me había adamado de esa comida
meliflua. Pero en realidad solo había entelequia. Así que me resigné a ser un
zoquete; pero algún día volvería.
Sayonara baby.