viernes, 8 de abril de 2016

¿Sabemos vivir en soledad?

Si tuviera que quedarme con un único de libro de viajes (y para viajes) elegiría La Odisea, de Homero. Las razones podrían dar lugar a una tesis, pero me quedaré con aquella máxima que dice: lo importante no, es llegar, sino el camino en sí. Leer La Odisea es buscar nuestro Ítaca, nuestra Penélope y nuestro camino.

No sé si Odiseo (Ulises) es el primer naufrago de la literatura, pero Homero ya apuntaba, en el siglo VIII a.C. lo difícil que le resulta al ser humano estar solo. ¡Qué hubiera sido del gran héroe sin sus dioses! A la ayuda para su regreso hay que sumar la posibilidad que le brindaron de no quedarse solo y volverse loco.

Pues con esta premisa nuestros jóvenes escritores desenfundan hoy su pluma para comunicarse con el naufrago; o el naufrago con el mundo. Ellos esperan que el mensaje en la botella llegue a su destinatario.

Carta a un naufrago

Querido Cristófono, la última vez que te vi fue cuando embarcaste en el Carpathia. Pensé que no volvería a verte ya que el barco llevaba mucho tiempo moviéndose de puerto en puerto y seguramente ese transporte no iba durar mucho ese viaje. Te tomo como un pariente mío aunque eres un amigo. No sé lo que ocurrió, pero lo único que pienso es que si te comiera un tiburón se llenaría de grasa ya que eres gordito. Supongo que donde se hundió el barco el agua estaría muy fría, porque en
Imagen vista en http://goo.gl/muvP5v
medio del océano Atlántico no va a estar el agua caliente; y encima por la noche. Posiblemente te hayas muerto, así que prepararé por si acaso una tumba para que te entierren y en el ataúd tengas todo lo que te dé la gana para estar calentito. No es una burla sino que estés alegre. Puede que tu barco chocara con un iceberg al igual que el Titanic porque es muy raro que un barco se hunda a causa de un accidente y que el culpable no sea el iceberg. Pudo ser que un submarino torpedeara el vehículo. Sobrevive.
Tu amigo, Eugenio. 

Juan Gómez Villa, 1º ESO.

Carta de un naufrago

Aturdido, confundido y asustado. Así me encontraba cuando me desperté tumbado en la arena, con la ropa hecha harapos. Sentía mis fuerzas desvanecerse, mi cuerpo me estaba pasando factura después de toda la adrenalina producida horas antes. Me desmayé. 

Abrí los ojos, estaba mirando un cielo rojizo, el sol se estaba poniendo en el horizonte. Una ráfaga de viento frío me recordó que mi ropa seguía aún húmeda. Con las escasas fuerzas que me quedaban me incorporé, hice caso omiso a las náuseas que recorrían todo mi cuerpo. Debía moverme o cogería una hipotermia. Conseguí levantarme, me acerqué a la orilla y hundí la cabeza en el agua. Al momento mi cerebro se puso en marcha. Ahora recordaba todo lo que había pasado, el barco hundiéndose, el helicóptero de rescate… Muchos habían logrado salvarse, pero yo era de los pocos a los que el helicóptero no había recogido, y ahora estaba en esta isla abandonada, sin comida y sin agua dulce. Pensando en eso me empezaron a asaltar el hambre y la sed. Suerte que en el barco nos hubieron impartido un curso sobre supervivencia. Lo primero que debía hacer era buscar comida, después prendería un fuego, cocinaría los alimentos y secaría la ropa. Luego buscaría un lugar donde refugiarme. Lo primero que hice fue analizar el entorno y los materiales con los que contaba. Donde terminaba la orilla, había un bosque muy frondoso y húmedo, debía ser un bosque caribeño. Si había mucha humedad era muy probable que encontrara un manantial o un riachuelo de agua dulce. Y si era un bosque tropical debía haber frutas tropicales. Por fin, después de todo, tenía un golpe de suerte.

Me introduje en el bosque, o selva, o lo que fuese. Me puse a andar, y a unos 20 minutos encontré un árbol con fruta, cogí todo lo que pude y lo dejé en una zona despejada de árboles para cogerlo luego. Ahora tenía que encontrar agua. Eso no fue muy costoso. Encontré un riachuelo cerca de la zona donde había dejado la comida. Bebí todo lo que pude y estuve buscando ramas secas y yesca para prender fuego. Cuando encontré todo lo que necesitaba era ya de noche, pero no me costó mucho orientarme. Llegué a la zona donde estaba la comida. Me lo tomé todo. Las pocas cosas que me habían quedado en el bolsillo eran un bolígrafo, un mechero (del que pude aprovechar la piedra para hacer la hoguera) y una navaja. Puse a secar la ropa con el fuego y me dormí al lado del fuego. 

Me desperté al día siguiente, bien entrada la mañana. Y decidí escribir una carta de rescate. Corté un trozo de camiseta y escribí lo siguiente:

"Hola, si estás leyendo esto, espero que hagas caso a lo que te voy a decir. Estoy naufrago en una isla. Yo iba en un barco que estaba viajando hacia Brasil. El barco se ha hundido y no han rescatado a todo el mundo. Yo estoy en esta isla, solo, probablemente haya sido el único superviviente de los que no rescataron. Creo que estoy en una de las islas del mar del Caribe. Pero no estoy seguro. Por favor, a quien esté leyendo esto le pido que avise a los servicios de rescate y que rastreen esta zona. En cuanto vea algún helicóptero prenderé una hoguera en la playa y ellos sabrán donde estoy por el humo. Gracias y adiós".

Isaac Santín 2º ESO

No hay comentarios:

Publicar un comentario