viernes, 5 de febrero de 2016

¿Qué hay detrás de un chiste malo?

Va una canica y vuelca.
Va un caracol y derrapa.
¿Sales minerales? No, estoy castigada.
Era un hombre tan alto, tan alto, tan alto que se comió un yogur y le caducó en el esófago.
Era un hombre tan pequeño, tan pequeño, tan pequeño que bajaba los escalones con paracaídas.

Tan sencillos como malos, un sin fin de chistes pueblan la geografía española. Qué sería de los de Lepe sin este deporte nacional.

Los miembros de Camina y escribe hemos decido buscar al otro lado de la risa. Teniendo como premisa algún chiste fácil hemos imaginado y reconstruido una historia en torno a él. Algunas son más desternillantes que los propios chistes.


ESOS LOCOS BAJITOS

Al despertarme esta mañana, el sol me cegaba los ojos y me tuve que tapar la vista con la mano. Mi madre se asomó por las escaleras y dijo:
-   Gabriel, Fátima, bajad inmediatamente a desayunar o si no os vais a enterar.
Corrimos los dos con rivalidad para ver quién bajaba antes. Naturalmente gané yo y mi hermana se picó y me dijo que iba a ser pequeño, que me iba a encontrar con una canica y que gritaría: “el mundo está en mis manos”.
Yo me reí en su cara y creo que por eso el karma me castigó con volverme del tamaño de una hormiga. Si por mí fuera no repetiría la experiencia. Estuve yendo a un sicólogo durante tres largos y duros meses. 

Gabriel Quesada, 1º ESO


EL HOMBRE MÁS ALTO

Era un hombre tan alto, tan alto, que cuando se comía un yogur caducaba al llegar al estómago. Entonces como veía que era grave fue a ver a  su cirujano. El cirujano le dijo que tenía solución, pero que tenía que  operarle de muchas cosas. Cuando le estaban a punto de operar le pregunto si era experto, pero la contestación fue: “sí, llevo operando dos años, pero conseguí el carné  en un paquete de cereales y no ha sobrevivido nadie”.

Stanis Yaruchyk, 1º ESO


LA LLAMA

En primavera siempre vamos al zoo y mañana sería el día. No podía dormirme, estaba demasiado nervioso para conseguirlo. Me encantaba cuando pasábamos todo el día de aquí para allá viendo animales. Cundo por fin pude, tuve un sueño muy extraño. Trataba de un incendio y sospechaban de las llamas, ¡pobres animalitos!

Por la mañana se lo expliqué a mi madre y me dijo que  seguramente serían las llamas de fuego.
Ah… ¡menos mal!

Samuel Castellanos, 2º ESO


TIEMPO AL TIEMPO
      -  Mira mamá!
La nieve caía sin parar. Los copos blancos resbalaban en la ventana, mientras que en las aceras se iban amontonando, cuajando, provocando una estampa que hacía tiempo no recordaba.
A pesar del día frío de aquel cinco de enero de 1945, no tardamos en enfundarnos guantes, gorros y bufandas para salir a disfrutar de aquel espectáculo. Todo el vecindario era una algarabía incontrolada e impensable aquellos días. El sonido de las metralletas y de los aviones volando bajo, fueron sustituidos por carcajadas y bolas de nieve golpeando sobre aquellas caras que creíamos insensibles. Hubiera congelado el reloj en ese instante. Pero el tiempo no entiende de sentimientos.
La cola para cambiarnos y mojarnos con un poco de agua caliente solo era aligerada por los gritos de nuestra madre, que ya nos enfilaba hacia el salón con la sopa preparada. Mientras mis hermanos terminaban de vestirse, los pequeños adecentábamos la mesa, antes de que nuestra comenzara a refunfuñar, exigiendo diligencia a la par que rapidez, observando todo desde su silla presidencial. Sin embargo, había abandonado su lugar de privilegio para seguir observando las dos enormes bolas de nieve que conformaban nuestro improvisado guardián. Tampoco me hubiera importado detener el segundero. Pero no había respiro para el tiempo.
Sí, es verdad, era noche de Reyes; pero hacía tiempo que la magia había sido borrada de nuestras conciencias.
***
El despertar del 6 de enero fue innecesariamente violento: mi hermana pequeña me sacó de la cama a tirones, hablando tan rápido que no podía entender nada, y menos a esas horas en las que ni el sol había llegado a su puesto. A trompicones y golpeándome con todo lo que encontraba a mi paso, fue mi hermana despertando a los demás, liderando la avanzadilla hacia el salón y llevándose el dedo a la boca para que guardáramos silencio. Acto inútil, pues el frío hacía que nuestros cuerpos y nuestras mandíbulas se moviesen a todo velocidad, en un intento vacuo de entrar en calor.
Creía seguir soñando cuando vislumbré aquellos paquetes, regularmente envueltos, acaparando el salón. Nos quedamos paralizados, como si al dar un paso al frente fuera a romper toda la magia
- ¡Felices Reyes Magos!
La voz de nuestros padres al unísono nos sobresaltó, pero nos quedamos en el sitio. Tuvieron que empujarnos y poner cada regalo en nuestra mano. No recuerdo muy bien todos los regalos, salvo el lazo rojo para el pelo de la pequeña, o el estuche de pinturas de colores para el pintor de la familia. La verdad es que estaba demasiado absorto en la pequeña bolsita de tela marrón, cerrada con un fino cordel, que quedó en mis manos al destrozar el envoltorio.
Ábrela.
La sonrisa de mi madre era la definición de amor. Todos me miraban, expectantes, mientras desataba el pequeño nudo. No pude controlar la emoción y una de las tres canicas se me escapó entre los dos, rodando hasta los pies de mi hermana.
¡Mira mamá! Su canica ha volcado.

Nos reímos durante un buen rato, menos ella, que no acababa de comprender.

Daniel Pernudo, profesor

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