lunes, 1 de febrero de 2016

Escritura... ¡a cinco manos!


visto en http://goo.gl/4146ZY
Habitación a media luz, bien por un ventanuco, bien por una bombilla triste y cenital. Humo, probablemente, de pipa aromando el cuarto. Papeles garabateados esparcidos en un rincón. Escritorio básico, envejecido por el paso de capítulos. Máquina antigua de escribir, pluma clásica u ordenador portátil. Y estanterías llenas de libros. 

Siempre he creído en el escritor como un ser solitario, metido en este paisaje tan particular Pero aquí estamos para descubrir nuevos mundos. Esta semana planteamos un juego con las siguientes reglas:

1º Tienes tres minutos para escribir.
2º Tiene que aparecer, de alguna manera, una palabra clave que digamos en alto.
3º Pasados los tres minutos, pasarás lo escrito al compañero de tu derecha para continuar tu historia, volviendo a la regla uno.

Nuestros artistas en ciernes se lo pasaron en grande, creando y recreando historias propias y de otros. Un simple juego que sirve para empezar a descubrir el estilo narrativo de cada uno.

Aquí dejamos algunas de sus composiciones. En negrita, las palabras clave.


UNA MUERTE DOLOROSA

Un día Mario se dio cuenta de que su padre escondía un gran secreto. Como era astrólogo, veía que el sol crecía cada día más y eso aumentaba la radiación solar. Había que encontrar una solución (Stanis Yaruchyk). Debía irse al espacio en una nave espacial y quedarse allí hasta que muriera, porque no tenía oxígeno. En la nave tenía que escribir un manuscrito sobre lo que le ocurriera durante su estancia en la máquina (Juan Gómez). Menos mal que tenía medicinas de una botica que le permitirían vivir unas horas más. En el espacio se dio cuenta de que su vida era miserable (Borja Luengo), pero, desgraciadamente, algo más había desertado de la Tierra con él. Una presencia maligna, un espíritu. Mario estaba paranoico. No podía dormir por las noches. Sentía que algo le observaba. Pero, cuando se daba la vuelta, desaparecía. Él lo sabía. Sabía que había algo en la nave. Algo que le perseguía. Y sentía que estaba esperando una oportunidad. Una oportunidad para llevarse su alma y deshacerla. El espantapájaros (Diego R. Atienza) come humanos, fatigado como estaba Mario, se derrumbó y lo pilló... matándolo (Gonzalo Pérez).



LA BATALLA INTERGALÁCTICA

Los Daleks retrocedieron hasta la gran mancha solar. Podíamos ganar. Al unísono, toda la infantería avanzó por la caliente superficie del sol. Una suerte haber desentrañado el secreto de la alta temperatura a tiempo. Gracias a los nuevos uniformes, un ser humano era capaz de aguantar hasta la temperatura superficial del sol. Una vez que las unidades llegaron al punto, los Daleks comenzaron a preparar "algo" (Diego R. Atienza). Ese "algo" les permitiría ir de una parte de la Tierra a otra. Los datos estaban manuscritos y era muy difícil saber qué era qué. Al final, un descifra-códigos había hallado la solución en una botica (Borja Luengo). Pero el descifra-códigos era un traidor y un farsante que no hacía más que comprar torreznos (Gonzalo Pérez) en el chino de la Cuarta Estela Dorada, manchando los manuscritos de Obi Juan Yunobi. Este traidor hacía menos que un espantapájaros en una autopista (Samuel Castellanos). Entonces llegó Han Solo con Chewbacca, Rompe Ralph, Snoopy, Sonic, y Gandalf. De lo gordos que estaban, el Halcón Milenario se hundió. Perdimos la batalla. Todos morimos (Juan Diego).



EL CALABOZO

Iba caminando bajo el tímido sol de la mañana mientras recordaba lo ocurrido en las últimas semanas. Cosas que aún no me parecen reales (Samuel Castellanos). La niña con la cara sin piel y oscura, el manuscrito, los gritos... y seguía encerrada en aquel calabozo, con una brecha y una herida en la pierna que todavía sangraba (Juan Diego). La niña necesitaba ir a la botica para comprar pastillas para su locura y hierbas para curarse (Jorge Radlowski). Entré en el calabozo. De repente los gritos cesaron. Antes de poder encender la linterna me choqué con una especie de espantapájaros colgado del techo. Descubrí que la pobre había acabado con su sufrimiento... (Fco. Javier Gandía)

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